Debo guardar todas las lágrimas y esperar que llegue la noche para poder soltarlas y mojar la almohada. No teniendo a nadie ni a nada que me sirva de consuelo, ni que me pueda explicar
porqué ocurren estas cosas, ni que pueda responder a mis preguntas y ni siquiera a nadie que tan sólo seque las lágrimas de mi cara. Pero al rato todo queda olvidado y el sueño se apodera de mí. Al otro día hay que
volver a dibujar esa gran sonrisa en la cara y dejar las lágrimas en la almohada.
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